Consideremos un cambio
“Es inherentemente corrupto el intentar hacer algo que es inherentemente imposible”.
Michael Oakeshott
Hoy me encuentro en la bella ciudad de Cartagena de Indias, Colombia, donde tengo el honor de participar en la Cumbre Empresarial de las Américas 2012, que se celebra en el marco de la VI Cumbre de las Américas, donde participarán los principales jefes de estado y de gobierno del continente.
Encuentro que uno de los temas principales, si no en la agenda oficial, es el de la llamada Guerra contra las drogas. Sobre este tema, me parecen muy pertinentes mis apuntes acerca de un foro sobre drogas organizado hace unas semanas por la asociación México Unido Contra la Delincuencia.
En este espacio he discutido en diversas ocasiones sobre el tema de las sustancias prohibidas, siempre en un marco de libertad y respeto, pero hoy me parece importante compartir algunas de las ideas que se discutieron en este foro, al que desafortunadamente no tuve la oportunidad de asistir pero del que conocí a través de reportes de amigos y colaboradores, entre otras fuentes.
Fueron varias las conclusiones que se desprendieron del evento, todas en el mismo sentido: la estrategia de combate al narcotráfico no acaba con el consumo ni con la producción; el asunto debe verse como un problema de salud.
Una de las ponencias más interesantes fue la del premio Pulitzer George Will, quien sintetizó de manera brillante lo absurdo de la actual política contra las drogas al compararla con el mito de Sísifo, condenado al inútil intento de hacer rodar una piedra hacia arriba de la montaña.
Para Will, el diagnóstico sobre el problema tiene que empezar por aceptar una realidad que no podemos cambiar: el consumo de drogas nunca va a desaparecer.
Atacar la producción, nos dice el periodista, genera lo que se conoce como el “efecto globo”: al presionar un punto se abulta otro. Si se combate la producción o el tráfico los criminales buscan nuevos sitios para producir y nuevas rutas para traficar.
Puso como ejemplo el caso de Colombia, que redujo las hectáreas de cultivo de hoja de coca gracias al Plan Colombia, pero esto provocó que la producción subiera en Perú y Bolivia. La producción no se redujo, por el contrario, con las técnicas de cultivo intensivo se incrementó.
Otro conferencista, Mike Trace, ex zar antidrogas del Reino Unido, advirtió que tras 100 años de política prohibicionista ha quedado demostrado que esta opción es inútil. Cualquier gobierno que prometa ganar la “guerra” y acabar con el mercado de las sustancias ilegales, no es realista ni honesto. Continuar con el mismo enfoque crea condiciones para aumentar la violencia y la corrupción por las altas rentas que deja esta actividad a los criminales.
Entonces, de acuerdo con este experto, el desafío es encontrar formas de manejar estos mercados y el consumo de drogas para minimizar el crimen, la violencia y las consecuencias a la salud.
Una opción, planteada por Mark Kleiman, profesor de la Universidad de California, es enfocar la estrategia en combatir en Estados Unidos a los distribuidores asociados a las bandas criminales más violentas de México.
En cuanto al manejo de los mercados, hubo dos propuestas concretas para la regulación de las drogas, ambas muy similares. Una de Transform Drug Policy Foundation y la otra del economista, Bernardo González-Aréchiga.
La idea básica de estas propuestas es quitar el control del mercado ilegal de las drogas a las bandas criminales para regular todos los procesos que implica: producción y tránsito, productos, vendedores, puntos de venta y compradores.
Los especialistas nos aclaran que este modelo no significaría la liberalización del mercado. Tampoco se fomentaría el consumo a través de la publicidad o la creación de marcas, lo cual debería estar totalmente prohibido, de manera similar a como se realiza con otras drogas legales como el alcohol y el tabaco.
Por el contrario, se fortalecerían las políticas de prevención y disuasión del uso, teniendo como ejemplo las exitosas campañas contra el consumo de tabaco. Además, se destinarían muchos más recursos para el tratamiento de las adicciones, y la policía entonces podría enfocarse en los crímenes que son más nocivos para la sociedad.
En diferentes partes del mundo se observa una creciente corriente a favor de la despenalización y de darle al problema un enfoque de salud pública. En Estados Unidos, 16 estados han legalizado el uso medicinal de la cannabis y 12 más consideran hacerlo.
Presidentes en funciones de países latinoamericanos, como el de Guatemala, hablan ya de discutir la legalización. Muchos hoy consideran que es demagógico, irracional y contraproducente llenar las cárceles de gente que sólo cometió el crimen de poseer unos cuantos gramos de cannabis, una substancia cuyos efectos nocivos aún son bastante controvertidos.
Al final, el foro resumió un concepto fundamental: si bien las drogas son nocivas y su uso debe ser disuadido, prohibirlas no reduce el consumo. Hoy veo que muchos presidentes y expresidentes latinoamericanos comparten esta opinión.
De acuerdo con Fernando Henrique Cardoso, “El cambio es más necesario que nunca. La violencia y la corrupción asociadas con el tráfico de drogas han alcanzado tal nivel que las instituciones democráticas, y la esencia misma de la vida social están bajo ataque en varios países latinoamericanos. La política represiva actual ha fracasado, con consecuencias desastrosas para nuestros países”. Ante la realidad que describe Cardoso, es momento de explorar y debatir sin hipocresía otras alternativas. Nuestro futuro está en juego.