Por una prosperidad compartida
Es un placer compartir en este espacio mi primera contribución para La Opinión de Los Ángeles, uno de los diarios de mayor circulación y prestigio en nuestro idioma en los Estados Unidos.
Han pasado veinte años desde la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte y a través de distintas partes del mundo se percibe a México como un lugar de oportunidades. No puedo estar más de acuerdo.
La apertura económica y política le ha sentado bien a nuestro país: México se ha convertido en un líder global en exportaciones, que representan casi una tercera parte de su PIB, con lo que atrae un flujo importante de inversión externa enfocada a distintas industrias como la automotriz, la electrónica y la aeronáutica.
El comercio anual de bienes y servicios entre Estados Unidos y México suma más de US$500,000 millones. De acuerdo con un estudio relativamente reciente del Woodrow Wilson Center, México es el segundo destino para las exportaciones de EE.UU. y la tercera fuente de sus importaciones. Esta explosión del comercio bilateral implica que 1 de cada 24 empleos, es decir seis millones de trabajadores en Estados Unidos dependen de esta relación comercial. De acuerdo con este centro de estudios, México es el principal destino para las exportaciones de California, Arizona, Nuevo México y New Hampshire y es el segundo destino para las exportaciones de otros 17 estados.
El saldo de la inversión extranjera de EE.UU. en México y viceversa suma más de US$100,000 millones, un signo claro de un vínculo cada vez más sólido.
No obstante, en pláticas que he sostenido con distintas audiencias y líderes empresariales y políticos de los Estados Unidos, he expresado que nuestra relación debe evolucionar. Más allá del libre comercio, debemos encontrar formas de profundizar nuestros vínculos para beneficio de ambos países. Una reforma migratoria integral sería un buen comienzo.
Si los bienes, los servicios, las ideas y los capitales pueden cruzar libremente nuestras fronteras, ¿cuál es la razón para que la gente, que es la verdadera fuente de riqueza, no pueda hacerlo? Si lo pensamos desde este punto de vista, realmente encontramos que la situación migratoria actual es absurda —en Estados Unidos existen más de 11 millones de personas indocumentadas que carecen totalmente de seguridad jurídica, aun pagando impuestos.
Me llama la atención que mientras EE.UU. padece un déficit crónico de ciertos tipos de mano de obra, hay millones de seres humanos que están dispuestos a trabajar duro y emprender el difícil y peligroso proceso de migración con tal de brindar una mejor vida a sus familias y es precisamente este anhelo de mejorar la calidad de vida de nuestra gente lo que constituye el motor económico más poderoso que existe.
Recientemente tuve el gusto de recibir en mi oficina a una delegación comercial encabezada por el Alcalde de Los Ángeles, mi amigo Eric Garcetti. En este destacado grupo de empresarios encontré un fuerte interés por las oportunidades que México representa para sus negocios. Ellos comprenden que en las siguientes dos décadas, nuestra economía tiene la oportunidad de dar un salto notable hacia el desarrollo gracias a la juventud de su gente, la consolidación gradual de una clase media y los cambios recientes en el marco legal que tienden a potenciar una verdadera revolución en distintas industrias, especialmente las de telecomunicaciones y energética, que por décadas han sido capturadas por poderosos monopolios.
Otro grupo de personalidades con el que recientemente tuve la oportunidad de intercambiar puntos de vista sobre México, es el que integra el consejo del Instituto Aspen, encabezado por Walter Isaacson y con el apoyo de Leonard Lauder, quienes compartieron su entusiasmo por nuestra apertura económica y política al acudir a la inauguración del capítulo mexicano de este destacado instituto. El simple hecho de que una institución de esta talla haya escogido a México como su primer destino en América Latina nos habla claramente de la importancia creciente de nuestro país.
Comparto plenamente este entusiasmo sobre lo que México puede lograr en las próximas dos décadas, pero no es peligroso ignorar los enormes retos que aún enfrentamos. Destacan dos: la debilidad del imperio de la ley y la dimensión del sector informal de la economía, de hecho ambos problemas tienden a reforzarse mutuamente. Gran parte de la solución a nuestros problemas se sustenta en un verdadero cambio cultural. Otras medidas necesarias tienen más que ver con aspectos técnicos, económicos y financieros.
Desde mi percepción, el entusiasmo que se vive en ciertos círculos de Estados Unidos por México no es aislado. Veo el mismo interés en mis viajes a otras regiones. La economía mexicana se encuentra en un periodo crucial de transformación. Los últimos veinte años han sido sorprendentes en términos de la modernización de la economía mexicana, pero las próximas dos décadas deberán ser aún más impresionantes. Esto es excelente para México, pero también es muy bueno para los Estados Unidos: ojalá que muchos líderes logren cambiar su percepción negativa sobre lo que ocurre al sur del Río Bravo.
Debemos considerar que la prosperidad compartida es la mejor de todas.
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Por una prosperidad compartida – La Opinión