El Monopolio de la Energía
Hace tres semanas tuve la oportunidad de dar una plática en el ITAM sobre uno de mis temas favoritos: las oportunidades en la Base de la Pirámide (BOP). En esta plática surgió un tema que es de especial interés, los monopolios. Se trata de un tema económico fundamental. En principio, todos estamos encontra de esta forma de organización industrial porque limitan a su mínima expresión las opciones del consumidor.
Por ejemplo, hoy está de moda en México hablar de cómo el “monopolio de las telecomunicaciones” obstaculiza el desarrollo del país. Bien, yo compito con este supuesto monopolio y si lo hago entonces no lo es. Es cierto que existe un competidor formidable que aglutina a una gran proporción de los clientes, pero definitivamente no se trata de un monopolio; además, el precio de las telecomunicaciones ha bajado sustancialmente en términos reales desde que se abrió a la competencia el sector hace más de una década.
Hablemos entonces de los verdaderos monopolios, aquellos que realmente afectan nuestra vida. Se trata especialmente de los monopolios legales que establece nuestra constitución. Hay tres en particular que llaman la atención: (1) el monopolio de la fuerza, (2) el monopolio de la emisión de dinero y (3) el monopolio de la energía.
Comenzaré por el último de ellos, el único que probablemente debemos eliminar. Los otros dos se pueden ejercer de una mejor manera, pero de ello hablaré en otra ocasión.
Enérgicamente Monopolizados
Es curioso ver que pocos hablan del monopolio de la energía, pero el hecho es que no tenemos más opción que comprar energía mala, sucia, cara y con impuestos especiales..
¿Cuántas veces hemos padecido un apagón mientras estamos trabajando en nuestra computadora, con lo que perdemos horas valiosas de nuestro trabajo? Horas que multiplicadas por millones de personas resultan en miles de millones de pesos en pérdidas de productividad. Pero esto es sólo parte del problema.
Muchas empresas se ven forzadas a invertir millones de pesos en fuentes de energía propias y confiables porque no podrían sobrevivir sujetas a un suministro eléctrico tan errático: pensemos en una empresa de telecomunicaciones, una siderúrgica de arco eléctrico, o simplemente en una sala de cine. Además, las empresas que se ven forzadas a generar su propia energía deben vender sus excedentes al monopolio y monopsonio de la energía eléctrica en condiciones poco favorables. Lo peor es que muchas de estas empresas tienen que competir con compañías globales que nunca han tenido que enfrentar este tipo de problemas.
La energía que nos venden también es sucia: sólo tenemos que voltear al cielo o respirar para sentir la enorme cantidad de contaminantes que respiramos de manera cotidiana. ¿Cuántas tragedias ecológicas más tendremos que padecer a manos del monopolio de los hidrocarburos para darnos cuenta que no podemos seguir destruyendo nuestro planeta?
Además de ser sucia y poco confiable, la energía que podemos adquirir en México es más cara que en muchos de los países con los que competimos. Para agravar el problema, se ha vuelto una política pública sumamente perniciosa recaudar impuestos a través de este recurso.
La energía es el insumo fundamental de miles de empresas que producen bienes y servicios para el mercado interno y para exportar, ¿Cómo esperan nuestros políticos que nuestra industria compita en un mercado global bajo condiciones tan onerosas?
En materia de políticas públicas es costumbre establecer impuestos a las cosas que no nos gustan como al alcohol porque es malo, al tabaco porque es malo, y a las apuestas porque son muy malas. Lo mismo sucede con la energía.
Es comprensible que el gobierno necesite recaudar, pero ¿Por qué a través de la energía cuyos impuestos especiales tienen efectos colaterales devastadores sobre la planta productiva y sobre la competitividad de nuestro país? ¿No se estará destruyendo más riqueza de la que se recauda con esta política?
Estas son cuestiones de gran importancia sobre las que debemos reflexionar si queremos incrementar el bienestar de la sociedad: el monopolio de la energía es en verdad dañino para la economía de los hogares, la salud de la población, y la competitividad de nuestras empresas –ni hablar por ahora del modelo de gobierno corporativo que prevalece en las corporaciones paraestatales.