¿A quién beneficia el Estado Benefactor?
Recientemente compartí mis puntos de vista sobre la crisis de finanzas públicas en Grecia. Por su parte, un amable lector considera que la crisis griega es un síntoma de que el sistema capitalista se encuentra en estado de coma. Con todo respeto, difiero.
Aunque requiere de ajustes importantes para incorporar a la Base de la Pirámide, no creo que el problema sea el sistema de libre mercado; lo que definitivamente sí se encuentra en estado crítico es el mal llamado Estado Benefactor. Veamos.
En los últimos años, Europa ha transitado de crisis en crisis por desbalance en las finanzas públicas de sus distintas economías: Hungría, Grecia, Irlanda, Portugal, España, Italia, el Reino Unido, y de regreso. El cociente promedio de deuda pública a PIB en estos países supera el 100%, lo que implica que ni siquiera destinando la totalidad del valor de lo que producen en un año podrían pagar la deuda de sus gobiernos.
De hecho, Estados Unidos tampoco se aleja de esta situación, y hoy los partidos Demócrata y Republicano protagonizan un intenso debate para incrementar los límites de deuda pública. Si este diálogo se rompe, las consecuencias pueden ser desastrosas para la economía global.
El Estado Benefactor ha fallado
Durante décadas los políticos han vendido a los ciudadanos la idea de que el gobierno puede ayudarles a vivir más allá de sus medios y resolver todos sus problemas, claro, a cambio de su voto.
A esta ilusión le llamamos el Estado Benefactor: trátese de enfermedad, desempleo, jubilación, o maternidad, bajo este esquema el gobierno resolverá tus problemas y tú no tienes nada de qué preocuparte. Pero ésta es precisamente una de las graves fallas de este modelo, porque nadie más que tú conoce tus necesidades y nadie más que tú puede resolverlas con efectividad. Nadie te va a regalar nada, lo que tú no hagas por ti nadie lo hará.
Atención: no niego la necesidad de que el gobierno establezca estándares mínimos de vida para los ciudadanos, y que garantice la provisión de bienes y servicios públicos que son indispensables como seguridad, educación, salud básica y la aplicación de leyes y reglas fundamentales para la convivencia entre los ciudadanos.
Considero que es absurdo que en pleno siglo XXI la gente se siga muriendo de hambre o que contraiga enfermedades del siglo XIX, y que millones de personas sean incapaces de leer y/o escribir. Pero es igualmente absurdo que los gobiernos descuiden sus obligaciones fundamentales, como la seguridad en nuestro caso, y realicen muchas otras actividades, y controlen activos, que de ninguna manera les corresponden porque, de entrada, no están capacitados.
Nadie puede vivir por encima de sus medios sin pagar las consecuencias: lo que aplica para las familias y las empresas, también concierne a los estados. Los gobiernos que durante muchos años se perfilaron como parte de la solución, ahora claramente constituyen el problema en sí mismo.
Hoy gran parte de los países avanzados, especialmente los europeos, empiezan a pagar los costos asociados a gastos y políticas irresponsables practicadas durante décadas. La crisis griega es simplemente la primera señal de alarma de una tendencia global. El Estado Benefactor ha llegado a su límite y la única solución será desmantelarlo o reformarlo y reducirlo a su mínima expresión –crear pesos y contrapesos y fortalecer la responsabilidad y transparencia.
Pero la transición hacia un nuevo paradigma no estará exenta de dificultades; tendrá costos sociales elevados y causará una enorme volatilidad en los mercados financieros. Pero si este cambio, hacia el modelo de la responsabilidad individual y colectiva, se realiza de manera ordenada, puede representar una gran oportunidad de hacer mucho más eficiente la economía global, creando bienestar real y perdurable para las familias –sobre todo en las generaciones futuras.
En México, los políticos necesitan aprender bien la lección: el Estado Benefactor ha fallado. Las consecuencias de seguir con este modelo pueden ser desastrosas para todos.
Los ciudadanos debemos permanecer atentos y denunciar a quienes gastan irresponsablemente en nuestro nombre y contratan deuda que tendremos que pagar, tarde o temprano. A largo plazo, el Estado Benefactor sólo beneficia a unos cuantos en perjuicio de todos los demás.