El optimista racional
“In other classes of animals, the individual advances from infancy to age of maturity; and he attains, in the compass of a single life, to all the perfection his nature can reach: but in the human kind, the species has a progress as well as the individual; they build in every subsequent age on foundations formerly laid.”
Adam Ferguson
An Essay on the History of Civil Society
Con una trayectoria profesional interesante y diversa Matt Ridley, quien se identifica como zoólogo, banquero, periodista y experto en temas evolutivos, es un autor que vale la pena conocer. En su última obra, The Rational Optimist, nos invita a tener una visión positiva del mundo, de la capacidad humana y del comercio global.
De acuerdo con Ridley, la humanidad ha desarrollado una capacidad incomparable para resolver sus retos más apremiantes. No obstante, es curioso ver que en los últimos 200 años los pesimistas han dominado la discusión sobre los temas globales más relevantes. Pero, desde Thomas Malthus, todos ellos han fracasado en sus pronósticos.
En contraste con las predicciones más pesimistas, la humanidad no se ha colapsado, al contrario, en los últimos 1,000 años: la esperanza de vida se incrementó significativamente, los índices de violencia disminuyeron y el ingreso promedio creció exponencialmente. De hecho, la especie humana es la única que ha sido capaz de incrementar continuamente su calidad de vida. Ninguna otra especie de cerebro prominente como los delfines, los chimpancés, los pulpos o los pericos han logrado esto: evidentemente no es un tema de tamaño cerebral.
Entonces, a pesar de que el cerebro humano no ha crecido en cientos de miles de años, ¿cómo hemos logrado todo esto?
Ridley considera que lo que explica el éxito incomparable del Homo sapiens no es sólo el tamaño de su cerebro, ni su tecnología, ni el lenguaje –todas ellas condiciones necesarias pero no suficientes. La causa evolutiva de este progreso constante es la invención del comercio, algo que los Neandertales, de cerebro más grande, no lograron replicar.
Gracias al comercio entre extraños, la humanidad ha logrado desarrollar lo que Ridley llama una “inteligencia colectiva” en beneficio de todos sus integrantes. Gracias a esta singular invención, los cerebros individuales están “conectados”, con lo que el Homo sapiens ha sido capaz de crear una mente compartida creciente y multiplicar gradual pero interminablemente el conocimiento y la calidad de vida.
¿Cómo se logra esto? El comercio permite que las ideas de unos y otros, a pesar de las distancias, se recombinen, que “tengan sexo”.
Ridley nos narra cómo hace unos 100,000 años gracias al comercio entre comunidades remotas, las ideas comenzaron a comportarse como genes, a replicarse, mutar, competir, seleccionarse y acumularse, para acelerar la evolución, no biológica, sino en la mente colectiva. En este proceso, se produce una selección natural entre ideas.
En algún momento de la historia, los seres humanos empezaron a intercambiar bienes y al hacerlo, el conocimiento se volvió acumulable, con lo que nació la idea de progreso. “El comercio es a la evolución cultural, lo que el sexo a la evolución biológica”, afirma Ridley.
Gracias al comercio, nació la división del trabajo, que permitió especializarse en una tarea, desarrollarla eficientemente e intercambiar los excedentes de producción por otros bienes, en lo que el mismo Adam Smith basó el avance económico de la humanidad en la Riqueza de las Naciones.
La experiencia humana ha cambiado significativamente en los últimos 100,000 años, hoy disfruta de dispositivos absolutamente inimaginables hace apenas un siglo. Pero ningún humano (o empresa) en lo individual podría crear alguno de los instrumentos avanzados en los que basa su progreso nuestra especie.
Sólo me basta observar lo que hay en mi oficina para darme cuenta de ello: un smartphone, una i-Pad, un televisor de pantalla plana, un reproductor DVD, un receptor de Totalplay y la computadora donde escribo y navego en Internet. No existe un solo ser humano que sea capaz de recrear en lo individual ninguno de los instrumentos que menciono, ni el software que les da vida –y esto es sólo lo que existe en una oficina.
La especialización en la producción impulsó la innovación, y esto a su vez permitió la diversificación del consumo, y mientras más personas se incorporaron a este proceso, mayor fue el bienestar promedio logrado.
La gran noticia es que, a pesar de los ataques a la globalización, este proceso es imparable. El autor encuentra carentes de fundamento los argumentos que atacan al progreso y al libre comercio aduciendo que “todo tiempo pasado fue mejor”. Este mito se cae por su propio peso: bajo cualquier parámetro, el ser humano promedio tiene una mejor calidad de vida que hace cien mil, diez mil o incluso hace cien años.
De la misma forma, como he anotado anteriormente, es falaz suponer que la autosuficiencia y la independencia económica son deseables. Al contrario, las naciones más abiertas al comercio global son las que mayor bienestar económico han logrado: el signo más claro de prosperidad es la especialización, entre individuos, regiones y países, y la especialización no se puede lograr sin el intercambio.
En contraste, las civilizaciones que han colapsado lo han hecho porque sus gobernantes burocratizaron, estatizaron y monopolizaron los procesos productivos y dificultaron el comercio. La lección histórica es bastante obvia: el libre comercio impulsa la prosperidad, mientras que el proteccionismo y la autosuficiencia sólo traen pobreza. En la historia de la humanidad escasean los ejemplos de un país o región que se haya empobrecido por abrir sus fronteras, como tampoco existe una sola nación que haya logrado el progreso cerrándose al comercio.
Incluso en los tiempos modernos, todo país o región opuestos al comercio ha fracasado: Latinoamérica bajo la influencia intelectual de Raúl Prebisch cerró sus fronteras en los 60’s, y las consecuencias de esta política absurda las seguimos pagando. Lo mismo ocurrió en la China de Mao, y Corea del Norte bajo Kim Il Sung. Todos estos son ejemplos claros de una política que sólo resultó en estancamiento y desolación económica. En contraste, en el momento que estas políticas se revirtieron, todos estos países y regiones detonaron su desarrollo.
Ridley considera que el comercio y la inventiva humana serán capaces de resolver los más graves problemas que se ciernen sobre nosotros: la sequía, la hambruna, el sida, la diabetes, el cáncer e incluso el calentamiento global y para lograrlo debemos poner a trabajar lo mejor de nuestra creatividad. En este sentido, yo también me declaro un optimista racional.