Las lecciones de una elección
En la vida, debemos aprender de todo tipo de experiencias, propias y ajenas. Acabo de regresar de un viaje a Estados Unidos, y la reciente elección presidencial en ese país nos ofrece diversas enseñanzas de las que debemos tomar nota para mejorar nuestra incipiente democracia.
Para empezar, a pesar de una campaña muy reñida, apenas unos minutos después de que el sistema electoral arrojara como resultado la reelección de Barak Obama, su contrincante, el republicano Mitt Romney, se comunicó con el vencedor para felicitarlo—de hecho, a algunos comentaristas esa espera de casi una hora les pareció muy larga.
En seguida, Romney, en un emotivo discurso, propio de un candidato presidencial, reiteró en cadena nacional su aceptación del resultado y deseó a Obama éxito en su misión de guiar al país a través de los grandes retos que enfrenta. Al final, el bienestar y la estabilidad de su nación se impusieron sobre cualquier ambición personal o partidista.
En términos absolutos y relativos, la contienda presidencial en Estados Unidos fue más cerrada que la que tuvimos nosotros en julio, puesto que la diferencia en votos entre Obama y Romney fue de poco más de tres millones. A pesar de ello, no se presentó ningún conflicto post electoral: no hubo desconocimiento del proceso ni amenazas de marchas o plantones, los participantes aceptaron el resultado lo mismo que sus seguidores y todo gracias a un elemento clave: la confianza en el sistema electoral y en las autoridades responsables de administrarlo.
Todo esto a pesar de prácticas que nosotros consideraríamos poco ortodoxas, como fotocopiar boletas electorales, admitir cualquier identificación como válida, o en el caso de las víctimas de la tormenta tropical Sandy, el simple juramento firmado de que quien emite el sufragio es ciudadano.
La falta de confianza es precisamente el gran pendiente que tenemos en México para dar el siguiente paso en el proceso de maduración de nuestra democracia. Si bien hemos avanzado en las últimas dos décadas, nuestro sistema electoral resulta muy complejo y caro para un país con tantas carencias y dificultades económicas.
El presupuesto general para la elección presidencial se ha incrementado significativamente desde hace 12 años: en el 2000, fue de P$6,900 millones, en 2006 fue de P$12,900 millones y en 2012 gastamos casi P$16 mil millones. Esto no es sostenible, ni justo.
El costo de cada voto en 2012, si dividimos el presupuesto electoral entre la cantidad real de personas que votaron fue de P$317. En Estados Unidos el costo por sufragio, según algunas estimaciones, es de alrededor de 15 dólares, y estamos hablando de una economía mucho más rica.
Sin embargo, un estudio de la Organización de Estados Americanos revela que el problema en nuestro país no es tanto el costo de cada voto en las elecciones, sino el elevado nivel de gasto que representa el subsidio a los partidos políticos, que a fin de cuentas pagamos todos los mexicanos.
La participación ciudadana en el proceso electoral en México ha sido un gran acierto y otorga mayor certidumbre, pero la actuación de los políticos sigue produciendo muchas dudas sobre la transparencia, legalidad y limpieza de las elecciones. El singular derroche e ineficacia de nuestras autoridades electorales llaman la atención de los expertos internacionales.
Además, la poca claridad sobre los tiempos de campaña permite que éstas, en realidad duren años, con la abusiva promoción anticipada con recursos públicos de quienes aspiran a residir en Los Pinos.
Otro gran problema de nuestra democracia, un retroceso en realidad, fue la reforma electoral de 2007, donde se prohibió a los ciudadanos la adquisición de tiempos en los medios electrónicos para emitir opiniones políticas.
Ese derecho hoy es exclusivo de los partidos políticos y de sus candidatos que confiscaron millones de espacios en los medios para transmitir igual cantidad de spots de mensaje hueco: se transmitieron 44 millones de mensajes, que requirieron 15 millones de minutos de transmisión en radio y televisión—equivalente a 28 años de anuncios políticos. El costo de esta expropiación, monetario y de oportunidad, para la audiencia, los medios, los anunciantes y los consumidores, es incuantificable y sólo benefició a los partidos políticos, y aún así nos preguntamos, ¿cuál es la ventaja real para ellos, si sus rivales hacen lo mismo?
Finalmente, el proceso de Estados Unidos nos deja la idea de que quizá demasiadas opciones no benefician al electorado. En EE.UU. sólo existen dos alternativas partidistas a nivel nacional, con posiciones bien definidas y contrastantes, así la opción para el elector es clara y el mandato contundente.
Hoy existen autores reconocidos, como Barry Schwartz, quienes nos demuestran que demasiadas opciones no incrementan la satisfacción del consumidor, o en este caso del elector—pero sobre este tema comentaré en una entrada futura.
Debemos considerar también que la reelección de Barak Obama fue una victoria para la comunidad latina en EE.UU. porque demostró su peso político y que ya no es posible llegar a la Casa Blanca sin el apoyo de este segmento. Inmediatamente después de las elecciones, el partido Republicano ha moderado notablemente su postura con respecto a la inmigración, y se han marginado las posturas radicales.
En México, llevamos casi cuarenta años de reformas políticas, unas buenas y otras muy malas, y nuestra democracia dista mucho de ser aceptable. La democracia en Estados Unidos tampoco es perfecta, pero es mucho más eficiente y satisfactoria que la nuestra. Nunca debemos cerrarnos a aprender de otras experiencias exitosas.